Resumen
En la presente reseña nos asomaremos a uno de los libros claves, en cuanto al ensayo literario se refiere, del autor argentino Ricardo Piglia. El último lector es un libro que reúne una serie de ensayos donde se replantea el acto mismo de la lectura o los modos de leer y su recepción; a su vez, es un acercamiento no exhaustivo pero muy loable a un par de obras literaria de escritores tan emblemáticos como célebres: Franz Kafka, James Joyce, Jorge Luis Borges, León Tolstói, Edgar Allan Poe y Ernesto Guevara. Figuras que son presentadas no sólo como lectores apasionados sino como narradores que asimilaron de manera notable sus lecturas para luego ofrecernos en su propia obra literaria una síntesis y condensación de su contexto histórico, de manera que sus obras trascendieron a lo meramente anecdótico.
Palabras clave: lectores, escritura, ensayo, narrativa, recepción.
Abstract
In this review we will take a look into one of the key books, as far as the literary essay is concerned, by the Argentine author Ricardo Piglia. El último lector (The last reader) is a book that brings together a series of essays where the act of reading itself is rethought or the ways of reading and their reception; in turn, it is a non-exhaustive but very praiseworthy approach to a couple of literary works by writers as emblematic as famous: Kafka, Joyce, Borges, Tolstoy, Alan Poe and Ernesto Guevara. Figures that are presented not only as passionate readers but as narrators who assimilated their readings in a remarkable way and then offer us in their own literary work a synthesis and condensation of their historical context, so that their works transcended the merely anecdotal.
Keywords: readers, writing, essay, narrative, reception.
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El último lector
Ricardo Piglia siempre pensó en la lectura como clave para definir la poética de todo escritor. Se preguntó cómo leían los otros: aquéllos que también escribían, aquéllos a los que él leía. Siempre lo persiguió la idea de lo que significaba ser un lector en el mundo literario y más concretamente, cómo se lee y cómo se construye el sentido en el acto mismo de la lectura. Ese pequeño acto de ver y descifrar signos en los libros significaba, para nuestro autor, un interminable diálogo con aquellos que practicaban el ejercicio literario.
Anota Ricardo Piglia refiriéndose a la lectura de Finnegans Wake de Joyce: “… las palabras se transmutan, combinan, el texto es un río, un torrente múltiple, siempre en expansión.” (Piglia, 18) Esta misma posibilidad se revela en el conjunto de ensayos El último lector.
Ahora bien, cabe la pregunta: ¿qué es ser un lector? o más exactamente, ¿qué significa el acto de la lectura? Tal vez un acontecimiento, un encuentro y hasta un modo de vida. Es decir, la lectura como práctica social. Y en esta práctica, cuando leemos: ¿qué leemos?, ¿a quién leemos?, ¿cuáles son nuestros modos de leer? ¿Cuáles son esos modos de apropiación?, dirían los estudiosos de la recepción literaria.1Y aquí, en el libro referido, su autor, Ricardo Piglia (1940-2017), nos regala dos joyas: primero, sus lecturas como modo de apropiación literaria, y segundo, los modos de escribir esas lecturas. En otras palabras, el autor escribe todo ese torrente múltiple de reflexiones (o tal vez sensaciones), que le provocaron esas lecturas y que marcaron su encuentro con la literatura contenidas en el libro que hoy nos ocupa: El último lector.
Apenas es necesario aclarar que éste no es un texto didáctico o pedagógico, ni siquiera una guía de lectura; es más bien, un reencuentro con apenas algunos de los grandes narradores del siglo XX, que antes de ser referentes del mundo literario fueron excelentes lectores. Y así los vemos, o mejor dicho, así lo leemos. Así es el encuentro: narración acerca del acto narrativo.
Ricardo Piglia insiste, tanto en su excelente obra narrativa como en su obra ensayística,2lo que implican los modos de leer, sus huellas y sus condiciones materiales. Así, en el mundo literario constatamos que los grandes narradores de todas las épocas nacieron en primera instancia, gracias a sus particulares y extraordinarias maneras de leer; leyeron como pocos. Con El último lector constatamos los puentes vitales entre la lectura y sus implicaciones en el acontecimiento social de la escritura.
Si bien Ricardo Piglia no es el único ni el primero en señalar la importancia y la función del lector -incluso dentro de su misma obra narrativa muchos de sus protagonistas son grandes lectores-, tal vez es de los pocos que lleva la práctica lectora al límite; es decir, ahí donde la lectura de la novela reflexiona sobre la misma literatura. Así pues, El último lector es la pasión de la lectura hecha instancia narrativa. Y como lo menciona el autor en este mismo libro, no intenta ser exhaustivo, no reconstruye todas las escenas de lecturas posibles, son más bien, algunos modos de leer. Con ello agregaría que son grandes ejercicios literarios: modos de leer entre una gran fluidez narrativa.
Las grandes obras literarias nos han enseñado a leer de otro modo, quizá porque fueron escritas para leerse de otro modo. Es este mismo sentido, los grandes autores de admirables obras narrativas nos han enseñado a leer el mundo real y ficticio desde otro horizonte. Franz Kafka, Edgar Allan Poe, Ernesto Guevara, León Tolstoi y James Joyce, son apenas unos cuantos consolidados narradores que fueron excepcionales “descifradores” del acto narrativo. La literatura como patente experiencia de la lectura.
De esta manera, Ricardo Piglia no sólo nos presenta a los autores citados, no sólo nos comenta su relación literaria con esas lecturas, nos regala también todo un relato acerca del acto mismo de ver y descifrar el signo literario; nos ayuda a entrever la relación lectura-escritura de cada uno de ellos y sus efectos estéticos y narrativos en el mundo literario. El último lector emprende la búsqueda de los diferentes tipos de lectores que reflejaron a cada uno de estos grandes autores y que lo extendieron tanto a sus obras como a sus emblemáticos personajes: Hamlet, Anna Karenina, Bloom, Robinson Crusoe. La lectura como aventura.
De ahí que surjan algunas otras preguntas que se deslizan: ¿quién es el que lee? ¿desde dónde está leyendo? ¿cuál es su historia, su circunstancia? Ahora que en los comienzos del nuevo siglo, pero ya desde finales del pasado, vivimos una serie de cambios sociales y de transformaciones tecnológicas que están cambiando nuestra relación con la dinámica de la lectura y con los modos de apropiación de la misma, cabe de nueva cuenta la pregunta sobre los lectores y el acto mismo de la lectura. Se torna particularmente interesante saber si los diferentes dispositivos electrónicos, por ejemplo, sólo nos presentan la lectura en otro formato o si bien, hay un cambio sustancial en relación a nuestra comprensión lectora. Es decir, si el aparente fin de la lectura lineal afectará nuestra relación con la experiencia literaria, en tanto recepción, circulación e interacción entre lo escrito y sus lecturas. ¿Quiénes serán o cómo serán los lectores del futuro? O, en un panorama más extremo, también podría suceder un futuro más desolador donde la lectura deje de existir, al menos en sus modos de creación y recepción practicados hasta ahora.
Temor que tampoco es nuevo. La extinción de la sociedad de los lectores, comenta Ricardo Piglia, se anuncia desde siempre: “Orwell en [el libro] 1984, Bradbury en Fahrenheit 451, Aldous Huxley en Un mundo feliz, entre otros, han narrado mundos futuros en los que el acto de leer ha sido prohibido y la lectura considerada una práctica subversiva.” (Piglia, 136) De ahí que, como virtud lectora, podamos sentir las tensiones sociales de cada época expuestas en cada obra narrativa.
Escribir es un acto de violencia contra el olvido, dijo alguna vez José Emilio Pacheco; en este entorno tal parece que también leer se convertirá en un acto de violencia contra el olvido, sobre todo en la sociedad del espectáculo del siglo XXI en la que nos ha tocado vivir.
Por fortuna en el libro que nos convoca, su autor insiste en aquellos grandes lectores y además nos hace lectores partícipes, en sus relatos leemos las tramas de esas escrituras, el azar, el destino, la historia; la condena en forma de conciencia literaria. ¿Qué tipo de lector será Don Quijote, Hamlet, Anna Karenina, Bloom, Robinson Crusoe?, protagonistas de sus propias novelas ya clásicas. Qué tipo de lectores fueron Kafka, Ernesto Guevara, Borges, Orwell, Joyce, por ejemplo.
Cuando emprendemos la lectura de cualquier texto narrativo hacemos algo tan aparentemente sencillo y trivial que, sin embargo, no lo es: ver y descifrar esos signos que se abren a universos múltiples es el primer acto de confianza que goza de modo particular la literatura.
Por ejemplo, al referirse a Kafka, Ricardo Piglia nos aproxima a una serie de “claves” para leer al autor de El Proceso, a partir, señala el autor, de cómo leyó su propio destino de escritor. ¿Qué tipo de lector es Kafka? Es aquél que reúne la experiencia en lo que lee y escribe. “La lectura suspende la experiencia y la recompone en otro contexto.” (Piglia, 51) Para Piglia, Kafka narra la historia desde otro lugar y en otro tiempo. No por casualidad en sus narraciones caemos en medio de laberínticos enigmas de pesadilla burocráticas, donde no sabemos ni entendemos mucho del mundo que rodea al personaje. Kafka en busca de la realidad.
En este mismo capítulo dedicado a Kafka, también nos asomamos al encuentro entre éste y Felice Bauer, su pretendida novia, en particular a la correspondencia entre ambos, situación que va más allá de la simple correspondencia personal, porque en ella se resalta el estilo particular del autor de El castillo, correspondencia, que Piglia define, como la lectura del otro. “La escritura es una cifra de la vida, condensa la experiencia y la hace posible.” (Piglia, 47) De ahí también que Kafka escribiera un diario para volver a leer las conexiones que no ha visto al vivir. No se narra para recordar, resalta Piglia, sino para hacer ver. La literatura como enigma.
Gran lector y narrador de la novela policial, Ricardo Piglia le dedica el siguiente apartado, Lectores imaginarios, al creador del género: Edgar Allan Poe, quien encarna en la figura del detective privado al “hombre de letras” Auguste Dupin. Los crímenes de la calle Morgue no sólo es la primera novela del género, sino también, la primera escena ahí narrada sucede ni más ni menos que en una librería. Para Piglia, la invención del detective es la clave del género ya que Dupin usa su capacidad lectora para descifrar los casos que investiga. Otra de las virtudes para Piglia en Los crímenes… es que, de un aparente relato de fantasmas, del sombrío terror gótico, se pasa a la comprensión intelectual del género policial: “… se sigue discutiendo sobre los muertos y la muerte, pero el criminal sustituye al fantasma.” (Piglia, 70) El lector como detective.
En Lectores Imaginarios, el autor continúa buscando pistas sobre la narrativa de Poe, cual detective literario; así mismo se detiene en La carta robada, “ese gran texto sobre la lectura”. Pero con The Long Goodbye de Raymond Chandler, quizá la mejor novela policial que se haya escrito nunca, a juicio de Piglia, es donde el autor argentino despliega sus más amplios conocimientos sobre el género policial, al subrayar, entre otras reveladoras observaciones, que se narran situaciones que parecen no tener función, pero esas mismas situaciones llevan al límite las reglas del género policial, “… o en todo caso las confirma, si seguimos la línea de lo que hemos visto en el caso de Dupin.” (Piglia, 78) Con la lectura de la novela The Long Goodbye, Piglia resalta las conexiones del género con “… la alta cultura que está implícita en los orígenes del género, pero de un modo desplazado, irónico y fuera de lugar (como debe ser en el arte de leer). A partir de ella, todo se va a invertir y a disolver.” (Piglia, 79)
Observamos las conexiones narrativas y causales entre las clases sociales, entre la poesía y los millonarios; las pistas nos llevan a Hemingway, incluso, sale a relucir el prestigioso poeta inglés T.S. Eliot. Para Piglia, Chandler y su particular estilo narrativo refuerza un viraje en el mundo del detective y en las reglas del género. “Lo que nos interesa es que insinúa, alude, muestra, sin decirlo todo.” (Piglia, 81) Ricardo Piglia como el mejor detective literario.
Ernesto Guevara: Rastros de lectura, es el siguiente apartado dedicado a este mítico personaje, que antes que revolucionario fue un infatigable lector. Comenta Ricardo Piglia: “No debe de haber nada más antagónico que la imagen de Guevara leyendo en las pausas de la marcha continua de la guerrilla.” (Piglia, 99) El lector guerrillero y sus batallas: entre los libros y la vida; entre las armas y las letras. Me parece que El último lector nos condensa una muy justa apreciación del hombre y del pensador, descubrimos a otro Ernesto Guevara, el mejor tal vez. Un lector que busca el sentido de la experiencia en la lectura, pero también en la acción política: literalmente en el campo de batalla. Ricardo Piglia nos lleva a conocer al personaje, al médico, al compatriota, al margen de lo ideológico. Así pues, se exalta al hombre. Se traza un retrato más personal, más vivo. Leemos y contemplamos al hombre que vive cómo piensa. Se nota una simpatía por aquel joven guerrillero que pretendía ser escritor: “por que lee, escribe”. Ernesto Guevara como el escritor de La guerra de guerrillas, Mi primer gran viaje y Diario en Bolivia, ¿virtud o condena? “La primera vez que entra en combate en Bolivia, Guevara está tendido en su hamaca y lee.” (Piglia, 97) La causa política y el compromiso literario en la personificación del Che. Desafortunadamente es la política y no la literatura la que termina por “articular”, como lo señala Piglia, el mundo del médico argentino. Ernesto Guevara o la lectura como práctica política.
En una novela alguien lee una novela -comenta Piglia en el apartado de La linterna de Anna Karenina– y esas cosas le gustaban a Borges. En Anna Karenina, la famosa novela de Tolstoi se presenta una constante, la cada vez mayor tensión entre ficción y realidad. Para nuestro autor, en esta novela “… encontramos una descripción magnífica de las condiciones3 de lectura en ciertas clases sociales del siglo XIX.” (Piglia 126) Anna, la protagonista, lee una novela inglesa a bordo de un tren, símbolo del progreso y la modernidad en el Siglo XIX, y en este sentido el recorrido del tren se vive más que como un viaje. Tal vez sea preciso subrayar que una mujer, la protagonista, está leyendo una novela inglesa. No olvidemos el contexto de aquella época: las novelas eran consideradas adecuadas para las mujeres, porque eran “… criaturas de capacidad intelectual limitada, imaginativas, frívolas y emotivas.” (Piglia, 129) Lo opuesto a la lectura “práctica e instructiva” -lo que sea que esto signifique-. Por ello, remarca muy acertadamente Piglia, la novela de Tolstoi complejiza y atrapa toda la cultura de una época. La virtud de Tolstoi para Piglia es que “… en Anna Karenina todo se noveliza; la propia vida es concebida como una novela [y con ello] … las mujeres complejizan la figura del lector moderno.” (Piglia, 130) De esta manera, el personaje en Anna Karenina viene a resaltar su calidad de mujer lectora donde “… descifra su propia vida a través de las ficciones de la intriga”; (Piglia 128) aún inmersa en las condiciones materiales de su contexto y de su condición histórica. “Se manifiesta así una tensión entre la experiencia propiamente dicha y la gran experiencia de la lectura.” (Piglia, 128) La lectura como práctica subversiva.
No está de más insistir en que la novela como género literario siempre trabaja la relación entre realidad y ficción, y esto, es el origen mismo de la novela. Baste señalar que la primera gran obra narrativa considerada del género es el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, que, dicho sea de paso, relata las aventuras y peripecias de un lector tal vez aturdido o agobiado por la ficción narrativa. O tal vez, en un sentido más alegórico, es el resultado de una “mala” lectura por parte de su protagonista. En este sentido, Piglia cita a Chartier: “… la novela ha definido nuestra manera de leer otros libros que no son novela.” (Piglia, 134) Y Ana Karenina es de esas novelas.
Continuamos con el apartado dedicado al escritor de una de las obras más representativas de toda la narrativa del Siglo XX, el Ulysses de James Joyce. Aquí Piglia trabaja a la manera de Joyce: como si la lectura y, por tanto, la escritura del libro nunca estuviera terminada, donde no existe el texto cerrado y perfecto; vaya, la narración como una obra en marcha: “… se trata de un uso práctico de la literatura, una lectura técnica que tiende a desarmar los libros, a ver los detalles, los rastros de su hechura.” (Piglia, 151) Algo que Joyce denominaba Work in progress. En este apartado la apropiación que hace Piglia de la lectura del Ulysses es del tamaño de la obra misma: reveladora. La prioridad con la novela va en función de cómo ha sido construida, plantea los problemas de la construcción y no necesariamente los problemas de la interpretación. Producción más que interpretación. Práctica literaria que el propio Joyce realiza con uno de sus autores predilectos, Flaubert4 y que Ricardo Piglia en este libro, El último lector evidencia muy bien.
En el Ulysses, leer es asociar. “La lectura se define por lo que no se entiende, por las asociaciones que rodean las palabras, por los virajes y los cortes.” (Piglia, 155) Aquí la lectura tiene que ver con la relación de una palabra enigmática que no es comprendida, incluso es mal leída y llevada hasta el límite, pero esto es precisamente el motor de la trama. Así Joyce, para Piglia, construye sus relatos pero a la vez postula su modo de leer. “Una palabra enigmática es la clave, y su significado es un relato y no una interpretación.” (Piglia, 156) Y la asociación que hace Piglia en este sentido con Marcel Proust5, es sumamente fructífera:
… se trata de hacer entrar la vida, la sintaxis desordenada de la vida, en la lectura misma. No ordenar, dejar correr el flujo de la experiencia. El sentido avanza, como en un sueño, en una dirección que no es lineal. La lectura se fragmenta. (Piglia, 161)
Con este tratamiento en sus respectivas novelas, tanto Joyce como Proust, expanden y renuevan las posibilidades de la lectura y la ficción literaria.
Por último, ¿qué decir del prólogo escrito en El último lector? Que es una narración y no propiamente un ensayo literario. Una ficción sobre un hombre que construye una réplica de una ciudad:
No es un mapa, ni una maqueta, es una máquina sinóptica; toda la ciudad está ahí, concentrada en sí misma, reducida a su esencia. La ciudad es Buenos Aires, pero modificada y alterada por la locura y la visión microscópica del constructor. (Piglia, 11)
Prólogo que tiene que ver algo con Borges y su célebre cuento el Aleph, que, por cierto, la presencia de Borges y su entramado literario intercalado a lo largo de El último lector es siempre oportuna y edificante, refrendando de alguna manera el arte de la lectura y el trabajo artesanal del escritor. La escritura, siempre enigmática y provocadora de Borges, es otro ejemplo de la mejor narrativa ficcional del mundo literario, misma que también es leída de otro modo por su compatriota. Borges además de ser una figura clave, parece ser un recuerdo memorioso para Piglia, tal vez insinuando que todavía hay mucho por aprender del gran fabulador de ficciones.
Así El último lector es una insistente reconceptualización de la función del lector y su condición en la literatura en este cambio del siglo. “El último lector se instala, así como una ficción de la literatura, como una novela de la literatura.” (Premat, 227)
Me parece que Ricardo Piglia logra forjar en el conjunto de su obra narrativa y ensayísticas toda una poética de la re-lectura y la escritura literaria, porque como anota Julio Premat: “Descifrar (y) revelar, es crear lenguaje.” (Premat, 225) La literatura leyendo literatura en un círculo vital y virtuoso. Replanteando de alguna manera la aseveración de “la muerte de autor” promulgada por Roland Barthes.6 En definitiva: “Todo es literatura, por supuesto, en particular la vida de un escritor, vuelta relato.” (Premat, 228)
Para cerrar la presente reseña, y parafraseando al autor de Crítica y ficción, ésta no pretende ser exhaustiva, ni ofrece todas las virtudes literarias del libro en cuestión. Son apenas unos esbozos para abrir la posibilidad a nuevas y mejores lecturas, tanto del libro que nos convoca, como de los autores y textos en él convocados. El último lector quiere ser la culminación de una serie de trabajos ensayísticos encaminados a articular, desde la ficción literaria, una serie de estrategias de lectura. Es decir, desde las atribuciones mismas de la literatura reconstruir sus posibles lecturas. Un acontecimiento que exige aprender a leer mejor todas sus posibilidades de expansión.
¿Qué es un lector? se pregunta el autor, y desliza una respuesta que me gustaría presentarla así: siempre seremos un relato: inquietante, singular y siempre distinto. Tal vez la respuesta al último lector es aquél que sigue narrando su vida en el acto mismo de la lectura.
Fuentes de consulta
Piglia, Ricardo. El último lector. México: Debolsillo, 2015. Impreso
Premat Julio, Héroes sin atributos: Figuras de autor en la literatura argentina. Buenos Aires. FCE. 2008. Impreso.
Sergio Segura Estrella
Semblanza:
Formación académica: maestro en Comunicación y Estudios de la Cultura por ICONOS, Instituto de Investigación en Comunicación y Cultura; especialización en Literatura Mexicana por la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco. Instructor Certificado por CFE/STPS, Certificado en el proceso de Capacitación CFE/Tec de Monterrey.
Actividad laboral: trabaja en la Comisión Federal de Electricidad en el área de Capacitación y Seguridad. Profesor en ICONOS, Instituto de Investigación en Comunicación y Cultura.
Correo: sergio-segura07@hotmail.com
[1] La estética de la recepción es una posición teórica que analiza la respuesta del lector ante los textos literarios, sus fundadores son: Hans Robert Jauss, Wolfgang Iser y Harald Weinrich.
[2] La obra ensayística de Ricardo Piglia es: Crítica y ficción de 1986; Formas breves de 1999; una compilación sobre un ciclo de conferencias en 1995, sobre Juan Carlos Onetti, llamado Teoría de la prosa, y el título que aquí reseñamos: El último lector del 2015.
[3] El subrayado es mío.
[4] Gustave Flaubert es el autor de la famosa novela Madame Bovary de 1856, donde la protagonista, Emma Bovary, es una gran aficionada a la lectura de las novelas románticas.
[5] Cuya obra monumental es En busca del tiempo perdido, escrita entre 1908 y 1922, y considerada una de las obras cumbres de la literatura francesa y universal.
[6] En 1967 en la American journal Aspen, aparece por primera vez el ensayo de Roland Barthes titulado: The Death of the Author, donde el autor define la escritura como un acto de reconstrucción, de reescritura donde los autores reformulan textos anteriores para actualizarlos; una especie de “tejido de citas” que no son ideas originales, sino que pertenecen a la cultura en un sentido general, a la historia de las ideas; donde el autor tiene que desaparecer para que pueda existir el lector.
- 1.La estética de la recepción es una posición teórica que analiza la respuesta del lector ante los textos literarios, sus fundadores son: Hans Robert Jauss, Wolfgang Iser y Harald Weinrich.
- 2.La obra ensayística de Ricardo Piglia es: Crítica y ficción de 1986; Formas breves de 1999; una compilación sobre un ciclo de conferencias en 1995, sobre Juan Carlos Onetti, llamado Teoría de la prosa, y el título que aquí reseñamos: El último lector del 2015.
- 3.El subrayado es mio
- 4.Gustave Flaubert es el autor de la famosa novela Madame Bovary de 1856, donde la protagonista, Emma Bovary, es una gran aficionada a la lectura de las novelas románticas.
- 5.Cuya obra monumental es En busca del tiempo perdido, escrita entre 1908 y 1922, y considerada una de las obras cumbres de la literatura francesa y universal.
- 6.En 1967 en la American journal Aspen, aparece por primera vez el ensayo de Roland Barthes titulado: The Death of the Author, donde el autor define la escritura como un acto de reconstrucción, de reescritura donde los autores reformulan textos anteriores para actualizarlos; una especie de “tejido de citas” que no son ideas originales, sino que pertenecen a la cultura en un sentido general, a la historia de las ideas; donde el autor tiene que desaparecer para que pueda existir el lector.
Qué sería de los autores y sus escritos sin los lectores… que dan vida y se reinventan a través de lo que cada uno percibe…
Nos haces una excelente invitación a leer y releer todo los libros que nombras… se antoja tener un libro a la mano y reinventarnos a través de ellos.
Sergio nunca, nunca, nunca dejes de escribir. Gracias por compartir
No he tenido la oportunidad de leer a Ricardo Pligia, pero tu artículo despertó mi interés. Espero adquirirlo lo antes posible y conocer lo que te inspiró escribir el artículo. Saludos.