Las toxicomanías en la cultura cibernética

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Resumen


El siglo XXI ha venido a mostrar de manera más intensa y generalizada la urgencia pulsional de grandes sectores poblacionales, para obtener satisfacciones cada vez más directas e inmediatas que se consiguen al amparo de consumos de sustancias y mercancías de todo tipo, que en su uso compulsivo funcionan como tóxicos. Si bien esta expresión de las subjetividades está relacionada con el malestar en la cultura que Freud localizó a principios del siglo pasado, es hoy cuando encuentra terrenos cada vez más propicios para desarrollarse, como es el caso de la vida en la cibercultura, con sus ofrecimientos de rapidez y goce desmedido sin tener que disponer al cuerpo al encuentro en el lazo social, sino solo con las pantallas y su repetición de imágenes.

Palabras clave: toxicomanías, cibercultura, sustancias, mercancías, pulsión.

Abstract

The 21st century has shown in a more intense and generalized way than before that large parts of society muster a drive to obtain more and more direct and immediate satisfactions that are obtained through the consumption of substances and merchandise of all kinds, which in their compulsive use function as intoxicants. Although this expression of subjectivities is related to the distress in culture that Freud identified at the beginning of the last century, today they find increasingly propitious terrains to develop, as in the case of cyberculture with its offers of speed and excessive enjoyment without having to expose the body to a face-to-face encounter, but only through screens and their images.

 Keywords: drug addictions, cyberculture, substances, commodities, pulsion.

 Ra tsapu̷ ts’ike jñaa

Kja kje̷e̷ XXI ha e̱je a jichi nu manera mazi na punkju ñe tex ene na ri tsjatjo pulsional nu na ri tsjatjo ja nzi jñiñi jñiñi, ngeko k’u̷ ra ndo̱njo nijmi nzi na jñimpa d’a ri kja mazi ndecho e ndame pje ne jyod’u yo pjo̷s’u̷ tee nu siñi nu dyenchje ñe pjenda po̷ji nu te̱xe b’ezo, pje kja ne kjaji compulsivo jogu̷ komo toxicos. Na joo b’u̷b’u̷ ra ñaa nu yo subjetividad b’u̷b’u̷ cha̷ka ko dya je̷zi kja ne k’o kjaa yo tee mi na zoo pje Freud jodu̷ ja b’u̷b’u̷ a nde nu kje̷e̷ guema, ne oxu̷ tee jango tot’u juajma nzi na jñimpa d’a ri kja mazi propicos ngeko ra tee, nza kja na ne caso nu ne zaku kja ne ciberk’o kjaa yo tee mi na zoo, ko nu s’e̷ngua nu nzhu̷pu̷ ñe goce dya ra tsjaa b’echjine sin tener pje ra unu̷ yo cuerpo yo tot’u̷ kja ne tju̷jmu̷ k’a ka̱ra̱ tee, na joo dya nats’e ko yo ts’ib’e̷pji ñe nu pja̷tjo kjext’e nu jmicha.

 Jña’a na joo: taxicomanias, ciberk’o kjaa, dyenchje, pjenda po̷ji, pulsión.

*Traducción lengua mazahua, variante norte del Estado de México: María Cristina Ventura Narciso.

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 Introducción

La característica fundamental de una sociedad capitalista es el consumo de las infinitas mercancías que se producen de manera continua en todo tipo de industrias, desde las dedicadas a la elaboración de bienes de uso básico como los alimentos cotidianos, hasta la fabricación de productos de tal sofisticación, que dejan claro cómo los humanos no tienen necesidades básicas en el sentido de saldar vacíos orgánicos, sino que tienen formas singulares de sostener la existencia comiendo, vistiendo, habitando, respirando, objetos construidos en una dimensión simbólica para satisfacer goces propios de los seres que pertenecen al lenguaje. Dicho de otra forma, no se come, respira, habita, viste, cualquier cosa u objeto, hay un gusto singular en la elección de los tipos de objetos o materiales, a través de los cuales se consigue una satisfacción que entonces ya no es orgánica, sino simbólica e imaginaria.

Los consumos son de una naturaleza muy diversa por ejemplo en cuanto a la frecuencia con que se consume el objeto o el tipo de satisfacción que se cumple, el costo de las mercancías consumidas, los efectos sociales del consumo singular, etc. En esa diversidad se encuentran mercancías que en un momento de la historia de las culturas, fueron no mercancías sino elementos con un gran valor simbólico, útiles en rituales públicos o privados, así como elementos dispuestos para aliviar los padecimientos de vivir en sociedad. Su valor estaba tasado por su peso en la cosmogonía de culturas muy articuladas con la naturaleza y los dioses que la regían: se trata de sustancias cuyo consumo estaba simbólicamente enmarcado, es decir, regulado bajo un sentido que sostenía un lazo social. Sin embargo, así como todos los bienes materiales entraron a la lógica de la producción en serie durante la modernidad, las sustancias proveedoras de éxtasis también se transformaron en mercancías en las manos del mejor postor. Este devenir ha sido la historia del capitalismo en cuyo seno nació la cibercultura y que por lo tanto tiene el signo del consumo ilimitado, sostenido por el movimiento pulsional de la compulsión a la repetición bajo las condiciones del acceso más directo y el más rápido a la satisfacción del tipo que sea, tanto la propiamente placentera como la satisfacción mortífera.

Algunas disciplinas han dedicado su trabajo de investigación al fenómeno del consumo de drogas en diferentes latitudes, lo que les ha permitido localizar formas poco reconocidas debido a las modalidades para consumir las sustancias y la consistencia de las mismas, lo que permite inferir que hay sustancias específicas para cada persona, tan singulares como la persona misma, ya que es está quien las hace funcionar como droga. De esta forma se articula la propuesta psicoanalítica de orientación lacaniana que ha descubierto en la práctica con pacientes toxicómanos, que los sujetos establecen una relación con el tóxico que funciona en un enlazamiento con su síntoma y que existe la posibilidad subjetiva de asignar un valor tóxico a sustancias tan inofensivas como el agua o por el contrario, elaborar cocteles (mezcla de varias sustancias), sin que estos tengan un efecto.

Si no hay sustancias radicalmente tóxicas y cada sujeto puede investirlas o no de esa cualidad, es posible anticipar entonces que la cultura cibernética es un ámbito en el que se reproduce el hiperconsumo capitalista-toxicómano, pero ¿qué nuevas formas hay de consumo tóxico propias de ese ámbito?

Algunas concepciones antropológicas sobre el consumo de sustancias tóxicas

Siempre ha interesado a los humanos el uso de sustancias que modifican su realidad: en los orígenes de la vida cultural, es decir, la vida organizada en núcleos sociales con fines comunes, códigos de transmisión de conocimientos y espacios para la creación, se produjeron registros, señales de la importancia que adquirían ciertos elementos consumibles en distintos momentos de esa vida primera. Plantas, animales como el sapo del desierto de sonora, el pez sarpa salpa, el escorpión (Jimena O., 2016) o minerales extraídos de la naturaleza han sido combinados y destinados a ocupar un lugar simbólico en eventos en los que se producen realidades que signan un pacto entre las fuerzas naturales y las propias de lo humano.

Parece que, una manera de reducir el caos que amenaza a los sujetos habitantes del planeta ha sido tomar cierto control a través de rituales que ordenaban -de acuerdo con la creencia de las distintas civilizaciones- la relación con el universo y el resto de los grupos humanos. La utilización de las sustancias tuvo un marco simbólico que eran los rituales, las ceremonias y adquiría así un sentido que trascendía la existencia de los sujetos como individuos. En ese sentido, poder experimentar una realidad alterada y diversa de la que vivía el resto de los integrantes de un grupo, señalaba a quienes estaban autorizados a acceder a un saber poderoso como la magia, la religión, la ciencia y que en algunos casos fue una práctica que implicaba el sostenimiento de jerarquías de poder; entonces, quienes podían consumir sustancias sagradas, formaban parte de los conjuntos dominantes en las culturas.

Se introduce aquí una primera cualidad de las sustancias que después serían denominadas como propiamente tóxicas: la cualidad de lo sagrado, que refiere la presencia de sustancias y consumos reservados para aquellos que pactaban con lo divino. Se trata de una de las primeras formas -que se tiene registro- de relación con sustancias tóxicas que datan de la era prehistórica, como son algunos de los casos investigados por la antropóloga Elisa Guerra-Doce, citada por Alec Forssmann, quien refiere lo siguiente:

En un enterramiento en la cueva de los Murciélagos de Albuñol (Granada), por ejemplo, se hallaron cápsulas de adormidera junto a varios esqueletos con su ajuar funerario. Asimismo, los restos de una cápsula de adormidera fueron hallados en el cálculo dental perteneciente a un enterramiento masculino en las minas prehistóricas de Gavà (Barcelona). (Forssmann, 2016, párr. 6)

Es posible especificar una diferencia entre las sustancias participantes en ceremoniales: aquellas que operan elementos físicos, objetos que simbolizan lugares de lo divino y las que funcionan en el acto de ser consumidas, introducidas en el cuerpo de quien o quienes conducen los rituales. Así, las sustancias adquieren el grado de sagradas cuando permiten alcanzar un conocimiento para dirigir los destinos de otros. Armonizar, articular con lo divino, con los dioses fue y todavía es en algunos espacios, la función de ciertas sustancias como el vino, el agua, vapores, polvos, tinturas, vegetales, temperaturas, incluso sonidos, dirigidas a acompañar y orientar acciones como el gobierno, la producción, la catarsis, la obtención de los beneficios que son voluntad de los dioses.

A las sustancias sagradas (sakras) se les atribuye el acercar al hombre común a lo divino, elevarlo a una condición de trascendencia en la que su padecimiento en la tierra puede ser puesto un poco de lado para conservar la esperanza en una existencia menos pesarosa. Mientras, en lo más inmediato del consumo de tales sustancias, el cuerpo de algunos participantes y su vivencia, hace realidad lo que se supone: estar más allá de la vida terrena, lo sobrenatural que también produce un cierto temor, incluso una experiencia de horror, pero justificada por el gozo enigmático que se consigue en el consumo de las sustancias sagradas, así como la consolidación de una creencia en la pureza y plenitud, a través de estos rituales y en su posibilidad de emanciparse de la condición humana imperfecta. Para el antropólogo Sébastien Petrie:

Existen tres maneras de provocar alucinaciones, la forma química a través del consumo de psicotrópicos; la producida por el dolor (ayuno, automutilación, tortura, privación de sueño, etc); y la relacionada con las actividades rítmicas, la hipnosis, la meditación, etc. (Cabieses 1987; Furst 1976). Dobkin de Ríos (1984) utiliza el término psicotecnología para caracterizar las maneras no químicas de alucinar. Eso quiere decir que, primero, el fenómeno de la alucinación no se debe solamente a la acción de ingerir una sustancia. El cuerpo humano con ayuda externa o sin ella puede llegar a los mismos efectos producidos por un psicotrópico. Segundo, si el cuerpo humano puede provocar efectos similares a los de los psicotrópicos, entonces ingerir esas sustancias no es necesario para llegar a los mismos efectos. (Petrie, 2020, 270-271)

Algunas de estas sustancias consumidas pueden poseer en su constitución un factor que altere la dinámica química y psíquica en quien las consume; sin embargo, la propiedad de alterar la adquieren en conjugación con lo que cada creencia o sujeto deposita en ellas. Esta propiedad está entonces íntimamente relacionada con la posibilidad de acceso que se tenga a la sustancia, puede ser que en ocasiones baste con que se trate de una férrea prohibición sobre determinada sustancia, lo que la haga sagrada y/ o tóxica. Entonces, el hecho de que un marco simbólico establecido por una cultura convierta una sustancia en sagrada y por tanto prohibida, hace que esta adquiera un gran valor y provoque el empuje a tener acceso a ella, a ser consumida aun cuando no haya un argumento simbólico, sea médico, ritual.

Actualmente existe un movimiento masivo -que queda por fuera del ordenamiento ritual- que ha producido toda una nomenclatura para abordar el fenómeno de consumo de sustancias, hoy denominadas de manera más general como psicoactivas, creando así una categorización de ellas por los diversos efectos que pueden provocar. Las hay alucinógenas, hipnóticas, psicodélicas, embriagantes, sedantes, estimulantes y cabe distinguir la categoría de las sustancias intoxicantes. Todas las anteriores no tienen esta denominación, aunque en la actualidad todas podrían ingresar en la clase de sustancias tóxicas, si bien, el hecho de que haya una categoría propiamente intoxicante plantea una pregunta: ¿significa que sus efectos sobre el cuerpo humano están fuera de los efectos considerados culturales? Podría responderse de primera intención que sí, que aun cuando su efecto sea directamente dañino para el cuerpo, finalmente queda comprendido como consecuencia de prácticas culturales que podríamos denominar: por fuera de la ley divina y que sin embargo, encuentran su justificación en producciones culturales que ya no están regidas por el orden simbólico tradicional y que, por lo tanto, entran en el orden de lo ominoso.

Aparece aquí un aspecto interesante a discernir en la intención de ubicar si el consumo de las sustancias definidas como tóxicas o intoxicantes está argumentado, es decir, si posee un marco simbólico que le dé sentido o no. Lo que resulta claro es la transformación por la que atraviesa el uso de las sustancias y la implicación de instancias legislativas, científicas y religiosas que determinan el estatus moral y ético de los diversos consumos, desde aquellas que los conciben como actos de criminalidad, enfermedad, falta moral, hasta las que en una reformulación conceptual sobre lo tóxico, lo necesario, lo conveniente, explican por qué es imprescindible su liberación y legalización. Por otra parte, existe una dimensión social que rebasa el abordaje de los consumos singulares y que atraviesa por la influencia, y control del lazo social por parte de grupos del crimen organizado. Especialmente en México, como lo señalan Trejo y Ley:

En las localidades donde los cárteles de drogas y sus socios criminales se convirtieron en gobernantes de facto, la depredación de los civiles y las violaciones graves a los derechos humanos son fenómenos generalizados. Citando […] a Hobbes, la vida en esos órdenes sociales criminales puede ser “tosca, embrutecida y breve”. (Trejo y Ley, 2022, 316)

Por consecuencia, los niveles de control que se establecen sobre la población a partir del consumo de tóxicos, representan uno de los conflictos más importantes en cuanto a la dimensión ética de la existencia humana. López Betancourt, enuncia lo siguiente sobre este aspecto:

… la naturaleza de cada una de las sustancias es distinta, y exige por tanto una intervención humana diferenciada, tanto desde los ámbitos de la producción o la fabricación, como en la distribución y el consumo mismo. De suerte que resulta más útil, realizar análisis del comportamiento del fenómeno en una situación o región concreta, que la descripción ficticia de un monstruo omnipotente con tentáculos en todo el mundo, que se dedica a destruir las mentes de la juventud con sus venenos. (López, 2016, 131)

Esta visión que pone en primer término la decisión de cada sujeto de participar en diversos grados de implicación en el fenómeno del consumo de tóxicos, parece aportar posibilidades para su atención, ya que apunta a la dimensión ética del sujeto como ciudadano que en su facultad de elegir, manifiesta el margen de libertad del que hace uso. Las culturas también son resultado de movimientos convulsivos que a momentos se alejan de toda visión humanista y que sin embargo son resultado de la vida subjetiva, y por lo tanto social.

En el libro Plantas de los dioses de Richard Schultes y Albert Hofmann (2018), se puede llevar a cabo una revisión -más o menos exhaustiva, pero sobre todo condensada- en el apartado correspondiente al “Panorama del uso de las plantas”, de una gran diversidad de sustancias utilizadas en rituales de varias culturas alrededor del mundo. Lo que se puede extraer de ello es: primero, que esa diversidad seguramente es todavía mayor si se considera que en la actualidad se han agregado infinidad de sustancias diseñadas en laboratorios legales y clandestinos y de las cuales habría que definir cuántas participan del universo simbólico con un sentido significante y cuántas surgen como pura mercancía que satisface goces incluso de tipo directamente mortífero; segundo, la enorme diversidad localizada en esta síntesis y las infinitas posibilidades de uso tóxico, se habla de que las sustancias son tan específicas en sus efectos, porque cada sujeto condensa en ellas su goce que puede ser llevado hasta la toxicidad en diversos grados. Así, la distinción entre sustancias sagradas y tóxicas se pierde casi totalmente para dar paso a la relación posmoderna con las sustancias como mercancías. Lo cual significa un uso iterativo, repetitivo que busca un efecto que no llega en la medida en que lo calcula el usuario y de ahí que deba acudir frecuente, repetida, compulsiva y maniacamente a su uso, convirtiéndose así en el consumidor perfecto para el sistema del capital.

En esa misma línea, las sustancias ya no son estrictamente las que de modo tradicional se han llamado tóxicas, en la actualidad una sustancia tóxica puede ser la que se produce cuando se compran y consumen artículos de cualquier tipo que empujen a los sujetos a la compulsión, desde zapatos hasta videojuegos, desde antidepresivos hasta el pan a ingerir en exceso, desde la práctica maniaca de ejercicio hasta el uso de dispositivos que indican la cantidad exacta de pulsaciones cardiacas para que el dueño se detenga en la ingesta de cocaína. Así, paulatinamente el mercado produce la oferta precisa para cada sujeto que antes ha sido moldeado en un estándar y entonces, las corrientes adictivas o toxicómanas proveerán de manera rápida y directa lo que antes costaba alcanzar después de un recorrido en el que el sujeto podía encontrar ciertos obstáculos que le ayudaban a desistir, a moderar o a resolver las consecuencias de los consumos.

Lo que el psicoanálisis de orientación lacaniana dice sobre las toxicomanías

Un ser que habla padece un malestar en la relación que admite crear con la cultura, este malestar consiste -dicho freudianamente- en haber tenido que renunciar a un cierto monto de satisfacción para ajustar en alguna medida, su empuje pulsional a los lineamientos civilizatorios que permiten una convivencia entre las personas. Desde Lacan, se trata de la consecuencia del atravesamiento traumático que hacen las palabras sobre la materialidad que arriba al mundo, denominada cría humana. En ese instante traumático del que no quedan marcas racionales, surge una vivencia mortificada que habla precisamente de lo paradojal del tipo de vida humana: una vida a la que se le resta lo placentero y que en su lugar queda un goce. La calidad de placentero entonces es un estado que se le niega al sujeto por pertenecer al mundo simbólico: se tiene acceso al placer si hay una decisión de admitir las regulaciones simbólicas, para postergar un poco las satisfacciones. Esta lógica hace evidente por qué los seres que hablan se ven en dificultades con respecto a la obtención de la felicidad: si la condición para conseguirla es renunciar y postergar, habrá sufrimiento y odio antes que la invención de recursos subjetivos, para lidiar con la frustración y resignificarla, y convertirla en un motor de búsqueda y conquista de algunos momentos de alegría.

Es por lo que, algunos colegas de la Red de Toxicomanías y Alcoholismo perteneciente al Campo freudiano, han equiparado el pedirle a un consumidor de drogas que deje de hacerlo, con pedir a Romeo que no ame a Julieta: ¡un absurdo! De ahí que la mirada del psicoanálisis de orientación lacaniana sobre los consumos de drogas y consumos toxicómanos se realice desde la consideración del desgarro, que es la vida humana y que lleva a muchos a explorar, y encontrar sustancias que aminoren el sufrimiento que no han decidido y podido llevar a otros destinos.

Una mirada ética que no parte del sufrimiento, sino básicamente de la posibilidad y libertad que posee cada persona para elegir la solución a su existencia con algún sentido, aunque en ello pueda irle la vida. Entonces la ética que se pone a prueba en la forma en que el psicoanálisis de orientación lacaniana concibe y trabaja con los sujetos que consumen tóxicos, se centra en esto y no en una terapéutica. Esto quiere decir que se aborda como la decisión de un sujeto de pleno derecho y no de un organismo al que se debe curar de una enfermedad, para que pueda adaptarse sin problemas al mundo.

Los tratamientos analíticos así orientados recogen la demanda, la palabra de aquellos consumidores de sustancias de cualquier tipo y en cualquier intensidad, para abrir la oportunidad a la subjetivación de esos consumos. Esto quiere decir, crear las condiciones para que la persona haga una cierta distancia con respecto a la sustancia que ha elegido consumir por cuestiones de su síntoma y entonces mirarla, y mirarse bajo otras luces, para poner ahí las palabras que siempre estuvieron jugadas en ese consumo y para hacer emerger otras que vengan a constituir un tiempo distinto en la relación que esa persona tiene con su forma de gozar.

El consumo de sustancias tóxicas entraña también un aspecto referido a la sustancia misma: cada sujeto produce una relación única con la sustancia que consume, esto quiere decir que las sustancias no producen efectos estándar en los consumidores. En tanto que hay un sujeto con su forma exclusiva de goce, entonces la sustancia tendrá una cualidad única para ese sujeto, ya que estará articulada con su modo único del síntoma; no se elige cualquier sustancia, ni siempre se obtendrá el mismo efecto de la misma.

Las comunidades de consumidores como las que podríamos localizar en diversos puntos del planeta como en ciudades de Brasil, Argentina, Estados Unidos, México y que se extienden cada vez a más sitios, comparten el goce toxicómano, pero cada una y cada sujeto que las integra alcanza un goce singular que en esos ámbitos, se trata de una forma desbordada en la que difícilmente puede reconocerse al sujeto, es decir, en la que, casi perdido el sujeto, lo que se presenta es la manifestación de un puro cuerpo sin recursos simbólicos.

Esos asentamientos denominados -por ejemplo- como Krakolandia1 en Brasil, son una representación de la forma más común del habitante del mundo capitalista que es el consumidor. La denominación Krakolandia indica la ironía del sistema neoliberal que ofrece el acceso a toda clase de mercancías que prometen la plenitud y en las que se puede encontrar el destino más aniquilante de lo subjetivo. No solo se trata de las sustancias explícitamente denominadas como tóxicas, en esa serie se cuentan también todas aquellas que pueden crear la fantasía de satisfacción absoluta, aunque sea por un instante y que por lo tanto en su invitación, hacen entrar al sujeto en el circuito del consumo compulsivo. La repetición al infinito de la experiencia adictiva, es la propuesta nodal del mercado, que reduce así la posibilidad creativa del sujeto en el amplio mundo de la cultura.

No es inocente la propuesta capitalista -nunca lo ha sido-, pero en la actualidad sus recursos incluso de corte perverso, proponen a los sujetos desplazar la existencia y vivir nada más: casi como organismos biológicos que responden a los estímulos químicos de las sustancias que provee el mercado a través de drogas, dispositivos, servicios, enseres, etc. Claro que el estatus en el consumo de sustancias es variable: hay consumos como adicciones y consumos como toxicomanías: el grado en que queda comprometido el sujeto es lo que puede hacer la diferencia en un mundo en que nunca ha existido un estado “natural”, de “pureza” en los humanos, en tanto que hablan. De modo más estricto, es posible decir que vivir el forzamiento a la simbolización produce la sustancia tóxica en el cuerpo del ser que habla, pero no todos se sirven de ella para hacerse destituir como sujetos de pleno derecho. Pierre-Gilles Guéguen, psicoanalista francés, dijo lo siguiente en el Primer Coloquio Internacional de la Red Toxicomanías y Alcoholismo:

El derecho de cada uno a su propio goce se ha convertido en un derecho humano. Es por eso que el modelo general para la vida cotidiana en el siglo XXI es la adicción. El Uno-solo goza con su droga, y cualquier actividad puede convertirse en una droga: deporte, sexo, trabajo, teléfonos inteligentes, Facebook, etc. (Guéguen, 2012, 19)

Este planteamiento lo hizo en el 2012, hace diez años que, por sí mismos, han traído grandes modificaciones en el ritmo de vida de la población mundial. Sobre todo después de dos años de pandemia que insertaron forzadamente el uso de sustancias químicas de todo tipo y mercancías múltiples para paliar los efectos de un virus, promoviendo la familiaridad cada vez mayor entre las personas de cualquier edad, con la experiencia de consumos adictivos. Uno de los espacios potencializados para la aparición de esta modalidad de relación con los tóxicos (considerando lo dicho por Guéguen) ha sido el espacio cibernético, en que se han volcado muchos de los hábitos compulsivos ya existentes en la población y en el que pueden estar surgiendo algunos nuevos.

El ciberespacio: un potencial espacio de consumo toxicómano

El espacio producido por el entramado de conexiones cibernéticas se denomina ciberespacio, se puede entender entonces que cada sujeto produce su ciberespacio singular de acuerdo con las interacciones que cotidianamente lleva a cabo con distintos fines prácticos, educativos y de divertimento. Al tiempo que las huellas de las interacciones desarrolladas por el conjunto de las grandes poblaciones de usuarios de internet, instituyen un espacio cibernético que puede adquirir el estatuto de cibercultura.

Antes de que existieran tales términos, la importancia de la ficción científica se hizo patente cuando se miró emerger de la pluma de un escritor, William Gibson, en su novela Neuromante, la creación del significante ciberespacio que a la postre “… fue adoptado por la comunidad informática para describir algunas de sus realidades y, en cierta medida, para determinar sus desarrollos futuros.” (Moreno, 2003, 87) Es en la posibilidad de abstracción, de formalización, que los efectos de las prácticas culturales pueden adquirir un lugar en la nomenclatura de las realidades que van apareciendo como nuevas. Lo cual implica que, así como el universo común es estrictamente simbólico, también lo es el ciberespacio, ya que cada sujeto lo construye a partir de los recorridos y búsquedas movilizadas por un interés especial sobre ciertos temas que están registrados en dicho espacio -cada vez con mayor consistencia- y en la medida en que se les da un click.

Entonces, la recurrencia de visitas de un usuario a puntos señalados, conforma su perfil de suma precisión a partir de que: el sistema cibernético está siendo marcado con determinadas consultas que hacen la configuración de los intereses del usuario proyectando, así su localización en ese espacio. Se trata de la determinación del algoritmo que representa a cada usuario en el ciberespacio. En la medida que los sujetos lo habitan masivamente, se familiarizan con su código y algunos de sus componentes adquieren un peso específico, concentración de significantes que los convierten en significantes “amo”, como el del algoritmo. Se condensa en él una fascinación y un enigma, ya que representa un saber al que no todos tienen acceso, pero al que se le supone una omnipresencia con capacidad de control sobre los sujetos. Y es que en efecto, construir y habitar el ciberespacio, y pertenecer a la cibercultura es ser objeto de cálculos de un sistema del que no se domina su lógica. La representación algorítmica de un sujeto implica que para él, el sistema cibernético tenga dispuesto un ofrecimiento de consumo cada vez que se está circulando por ese espacio.

Así, la infinita multiplicidad de productos que se ofertan en el mercado está constantemente en el aparador que es una pantalla, no es un aparador del que se pueda pasar de largo como quien camina por la calle o incluso como quien está frente al monitor de la televisión, es una pantalla que una vez encendida lanza al espectador una enrome serie de opciones de consumo a su medida exacta en tanto que consumidor. La localización del sujeto que se lleva a cabo algorítmicamente es del sujeto como consumidor, esto es, sujeto perteneciente plenamente al discurso neoliberal en el que cada elemento tiene la cualidad de mercancía. Se requiere de un sujeto consumidor para que el sistema opere, de lo contrario, los productos no resultarían atractivos, no corresponderían al objeto a consumir para el sujeto que se relaciona con el mundo de las mercancías. Es el lugar que ocupa para cada sujeto el objeto que se ofrece, lo que puede producir una relación de consumo o no, independientemente de qué objeto se trate. Si esto es así, todo objeto ofrecido es factible de ser consumido de manera compulsiva, en una repetición que busca una satisfacción que no se encuentra, porque no se trata del objeto sino del goce, que sí se repite cada vez que se intenta la satisfacción total, completa.

En el ciberespacio es posible de manera más rápida y directa la adquisición de experiencias que casi pueden prescindir de los objetos concretos, llámese un auto para viajar por una carretera o cientos de likes, o cualquier otra reacción emocional que producen la ficción de ser importantes para otros. La vivencia es la mercancía y por ejemplo, las personas que como influencers provocan la vivencia, se convierten también en la mercancía. Con respecto a las formas tradicionales en que las personas se movían en el mundo y cómo conseguían experiencias por la cuales estaban dispuestas a esperar un poco, el ciberespacio es la inmediatez compulsiva en la obtención de satisfacciones parciales, lo que produce un vínculo de naturaleza adictiva o toxicómana entre los usuarios-consumidores y la diversidad de ofertas.

La viva discusión sobre la regulación de sustancias adictivas, psicoactivas, tóxicas, etc., incluye también desde luego, la conceptualización y clasificación de estas de acuerdo a sus efectos. Hasta este momento es posible pensar que el ciberespacio en sí mismo no es una sustancia psicoactiva, pero sí puede serlo la forma de lazo que cada sujeto establezca con él. Sus formas de uso y las consecuencias de estas, serán indicativas de un lazo adictivo, toxicómano o social. Son tres formas de lazo que se superponen y que hablan de las distintas maneras en que el sujeto se articula con el Otro de la cultura, en este momento en el marco cibernético:

a) Lazo adictivo en el que se puede ubicar a la persona haciendo uso ilimitado de los ofrecimientos de la experiencia de consumo en los diversos escenarios, aplicaciones, juegos, plataformas, en general oferta en la virtualidad; lo que puede tener aparejadas dificultades eventuales para la relación con los otros. Compras que producen problemas en la economía de los sujetos, gasto de tiempo en la soledad y el silencio de los dispositivos, notable inmovilización debida a las experiencias en la pantalla de dispositivos electrónicos, establecimiento de comunidades en las que se consume el tiempo y el interés por el mundo físico, la focalización de la relación con el mundo desde el objeto mirada (el goce por la mirada de escenas de degradación), etc.

b) Lazo toxicómano en el que la persona lleva a cabo el consumo compulsivo de tipo maniaco, es decir, repetitivo y desbordado, en el que el vínculo es a la sustancia y no a lo social, donde el sujeto que se piensa a sí mismo, que se cuestiona, que reflexiona, se desvanece y cuya existencia subjetiva e incluso material, puede estar en riesgo. Compras de sustancias literalmente tóxicas de manera más directa e inmediata, adquisición de sustancias para la transformación del cuerpo como hormonas, reclusión solitaria frente a las pantallas de los dispositivos, cancelación del vínculo subjetivo con otros, disolución del sujeto que se piensa a sí mismo y reflexiona, participación como ente activo en la escena de consumirse como sujeto (influencers que ponen la vida en riesgo, ofrecimiento del propio cuerpo o el cuerpo de otros, como mercancía), la exhibición ante la mirada del otro de manifestaciones de corte criminal.

c) Lazo social en el que el ciberespacio funciona como una forma de enriquecer el encuentro con la producción subjetiva de la propia persona y de otros, que opera como un medio de interlocución con la cultura e incluso como dimensión en la que se pueden llevar a cabo creaciones que provoquen nuevas formas de relación con el mundo simbólico e imaginario.

En otra ruta, el espacio cibernético podría pasar por una regulación que impidiera la difusión de ofertas de todo tipo a la población en general, sin embargo, la política de prohibición volvería a fracasar como lo hace saber López Betancourt en su libro Drogas: su legalización, al respecto de la prohibición del uso de drogas, lo menciona así:

Si el objetivo de la política antidrogas era erradicar el comercio, y por ende, el consumo de sustancias psicoactivas del planeta, puede afirmarse llanamente que ha sido un fracaso. A inicios del siglo XXI, no solo un número sin precedentes de personas a lo largo de todo el mundo consumen drogas prohibidas, sino que la actividad ilícita que se las proporciona goza de muy buena salud, al grado de ser, como se ha visto, el negocio más rentable en todo el sistema capitalista: tasado a nivel mundial en unos 320,000 millones de dólares según el informe mundial sobre las drogas 2005 de la oficina de naciones unidas contra la droga y el delito. (López, 2016, 117)

En efecto, el ciberespacio cerca todavía más a la población al encausarla a consumos compulsivos y maniacos, al estar constituido por el goce más propio de los sujetos que es la repetición, el automaton, es decir, la tendencia inercial que es la del menor esfuerzo. Sin embargo existe aún el margen –aunque mínimo pero posible- de que el sujeto elija sus formas de sostener su lugar subjetivo, ético en la cultura cibernética. La propuesta generalizada puede ser convertirse en sujetos de puro consumo ad hoc al discurso capitalista y contar con la decisión propia de ser eso, o dirigirse a otros destinos.

Hablar de discurso capitalista tiene implicaciones no solo de mercado, económicas, sino por supuesto políticas, el caso de México lo hace muy transparente, se revela entonces:

… la existencia de Estados multifacéticos: algunos agentes estatales sí se comportan como agentes de las fuerzas del orden y combaten a los cárteles (casi siempre son políticas militarizadas de mano dura), pero muchos otros desarrollan redes informales de protección gubernamental para el narco, y otros más desertan del Estado para dirigir los ejércitos privados de los capos. Reconocer esas múltiples caras del Estado es crucial para comprender mejor a los grupos del crimen organizado como redes de colusión entre el Estado y la delincuencia. (Trejo y Ley, 2022, 357)

Plantear esto en este momento podría parecer exagerado, no obstante permite estar advertidos, primero, de que no hay un fenómeno social que en su estructura no incluya una complejidad organizada desde muchos intereses básicamente económicos; como si esa fuera la vertiente final de los movimientos de los poderes directivos en el mundo y segundo, pensar al espacio cibernético como una dimensión en la que se juegan hoy los más duros intereses económicos. De tal modo, que no es ingenuo empujar cada vez más decidida, velada y brutalmente a la población a conformar una masa consumidora de cualidad toxicómana, que perdiendo poco a poco la posibilidad de decidir sobre su posición en el mundo, queda como el ciudadano ideal de la época: trabajador que sostiene en su anhelo de placer, su consumo y a los grandes capitales. Y si por un lado se puede llegar a esta conclusión con respecto a la posición del sujeto, por otro William Burroughs ha sido muy claro partiendo del lugar de la sustancia droga para arribar también al lugar del sujeto:

… la droga es la mercancía definitiva. No hace falta hablar para vender. El cliente se arrastrará por una alcantarilla para que le vendan. El comerciante no vende su producto al consumidor, vende el consumidor al producto. No mejora ni simplifica su mercancía. Degrada y simplifica al cliente. (Zeleza, 2018, parr. 6)

Existe el cálculo al que están sometidos los usuarios de Internet a partir de la configuración del algoritmo de cada uno, no obstante, auxiliados de la definición de algoritmo en el diccionario y que dice lo siguiente: “Procedimiento de cálculo con símbolos, según unas reglas determinadas y con un número finito de pasos. En computación, juego de reglas secuenciales preestablecidas para la resolución de un problema expresado en un lenguaje de programación de alto nivel.” (Océano, 1995, 64) Es posible saber que ese cálculo tiene un límite, por un lado, en el tipo de reglas, en el número de pasos y en el resultado. Si bien la precisión de los procedimientos cibernéticos y sus resultados es impresionante y puede producir una representación algorítmica de un sujeto al grado de ofrecerle lo que va a satisfacerlo sin que este lo haya pensado todavía, hay un factor que no es posible calcular por la electrónica, se trata del sujeto del inconsciente que incluso para la propia persona puede pasar desapercibido y desde ahí, desde esa deslocalización es como existe una posibilidad de que no todo del sujeto sea leído y atrapado, que no se tenga el saber completo acerca de sus deseos. El sujeto del inconsciente a veces localizado y muchas veces deslocalizado, evanescente, mejor que siga produciendo enigmas no fáciles de desentrañar.

Conclusiones

Al finalizar este escrito se constata que los consumos adictivos y toxicómanos en las distintas culturas, corresponden primero a la creación simbólica que llevan a cabo los sujetos que habitan el mundo del lenguaje. Esto es, son consecuencia del impulso hacia la vivencia de goces inéditos que a posteriori se incluirán en los discursos, en la semiosfera.2 Y segundo, como fue dicho por la autora en el Observatorio ¿Vamos hacia una cultura toxicómana? de la Federación Americana de la Orientación Lacaniana “… el consumo de tóxicos llevado a cabo por un sujeto del lenguaje, es leído como el intento de un arreglo a lo insoportable, de tal forma que las sustancias definidas como tóxicas, son también de una naturaleza absolutamente singular, no son abordadas por sus efectos estandarizados sino por la relación íntima que cada sujeto establece con ellas desde la elección del tóxico mismo.” (Gómez, 2021, parr. 8)

De esta forma, el espacio cibernético constituye un ámbito más en el que las personas llevarán a la práctica consumos dentro de la variedad que la Web propone e invenciones que irán más allá de lo conocido hasta ahora. Y a pesar de que el habitar en el ciberespacio implique la exposición a una deriva de repeticiones propuesta por el algoritmo hasta el punto de la adicción y la toxicomanía, no por eso los sujetos están imposibilitados de realizar movimientos de elección por fuera de las anticipaciones del sistema. El interés por el saber y la búsqueda de espacios lúdicos encontrarán un límite en la capacidad real que tiene un sujeto de soportar la satisfacción siempre incompleta y fallida, lo que le permite renovar el ímpetu vital y placentero, diferenciado de la compulsión toxicómana.

Fuentes de consulta

Diccionario Enciclopédico Océano Uno. Madrid: Océano. 1995. Impreso.

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Gómez, E. “Un momento de encuentro con el Otro de lo social”. Federación Americana de la Orientación Lacaniana FAPOL. Web. 03.08.2022. <URL> https://fapol.org/blog/portfolio-items/un-momento-de-encuentro-con-el-otro-de-lo-social/?portfolioCats=59

Guéguen, P-G. “¿Todos adictos?” Primer Coloquio Internacional del TyA. Buenos Aires: Grama. 2013. Impreso

Jimena, O. “Fauna psicodélica. 5 animales con propiedades alucinógenas”. Pijama surf. 26.06.2016. Web. 03.09.2022. <URL> http://pijamasurf.com/2016/06/fauna-psicodelica-5-animales-con-propiedades-alucinógenas/

López, E. Drogas, su legalización. México: Porrúa. 2016. Impreso.

Moreno, H. Cyberpunk: más allá de Matrix. Barcelona: Ed. Cidesa. 2003. Impreso.

Petrie, S. “Antropología y alucinógenos”. Al cruce de los discursos. 2002. Web. 08.09.2022. <URL> http://Dialnet/AntropologiaYAlucinogenosEl CrucedelLosDiscursos-5042249.pdf

Schultes, R., Hofmann, A. Plantas de los dioses. Orígenes del uso de los alucinógenos. México: Fondo de Cultura Económica. 2018. Impreso.

Shadowzim. “Semiósfera”. Sistemas mutantes. 09.09.2013. <URL> http://sistemasmutantes.wordpress.com/2013/09/09/2368/

Trejo, G. y Ley. S. Votos, drogas y violencia. La lógica política de las guerras criminales en México. México: Penguin Random House. 2021. Impreso.

Zeleza. “Reseña #314. El almuerzo desnudo, de William S. Burroughs”. Paper blog. 25.09.2018. Web. 03.09.2022 <URL> https://es.paperblog.com/resena-314-el-almuerzo-desnudo-de-william-s-burroughs-5063759/

 

Semblanza

Edna Elena Gómez Murillo

Formación académica: licenciatura en Psicología por la Universidad Nacional Autónoma de México y maestrante de Comunicación y Estudios de la Cultura por Iconos, Instituto de Comunicación y Estudios Culturales.

Actividad laboral: ha trabajado como psicóloga en el ámbito industrial, clínico y educativo; también ha sido docente en la Universidad Pedagógica Nacional; diseñadora de material didáctico escrito, en audio y video, curricular e instructora de docentes en el Colegio de Bachilleres. En medios ha participado como jefe de producción del programa televisivo “Rehilete”, Serie VI; jefe del Área de Radio y Televisión del Colegio de Bachilleres. Como psicoanalista realiza práctica privada desde 2006 a la fecha. Miembro fundador de Matema el poder de la palabra, sección clínica del Centro de Investigación y Estudios Lacanianos A.C.; miembro del equipo de realización de los programas radiofónicos Emocionarte y El Emocional creados por el Centro de Investigación y Estudios Lacanianos A.C., miembro fundador de la Asociación Espacio Lacaniano D.F.-Zacatecas. Conductora del programa de radio El Trasfondo del Diván Etéreo transmitido en el Estado de México; miembro de la Nueva Escuela Lacaniana del Campo freudiano (NELcf) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP); entre muchas otras actividades. Coordinadora por la NELcf del Observatorio de la ¿Vamos hacia una cultura toxicómana? de la federación Americana de Psicoanálisis de la Orientación Lacaniana, 2019-2022. Responsable de la Biblioteca de la NEL CdMx 2020-2022, Directora de Glifos Revista Virtual de la NEL CdMx, 2019-2022. Integrante de la Secretaría de Bibliotecas de la NELcf, 2021-2023. Responsable de diversos espacios de lectura, investigación y seminarios en el ámbito de la formación de analistas. Expositora en Conversaciones, Jornadas, Encuentros y Congresos de la NELcf, la FAPOL, la AMP. Autora de escritos publicados en boletines, revistas y libros en papel y virtuales, del ámbito de la orientación lacaniana.

Correo: aveclemot@gmail.com

  1. Extensiones geográficas en zonas urbanas de diversas ciudades de Brasil, como en Sao Paolo, donde se aglutinan consumidores de diversas sustancias tóxicas y que convierten dichas zonas paulatinamente en su lugar de residencia. Condición distinta a los sitios cerrados, destinados exprofeso por los gobiernos en otras latitudes, para que los consumidores acudan a ellos para un consumo controlado. De ahí que Krakolandia se ha convertido en un caso paradigmático del consumo toxicómano en el capitalismo desde la perspectiva del Observatorio correspondiente, de la Federación Americana de la Orientación Lacaniana (FAPOL).
  2. Una semiósfera se refiere a un conjunto de símbolos en una cultura y la interacción que los usuarios tienen con ellos, es decir, los actos comunicativos de las personas que conforman esa semiósfera. (Shadowzim, 2013, parr. 1)

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